Michael Czechowski, un exsacerdote católico originario de Polonia, había solicitado que lo enviaran a su continente nativo para compartir su nueva fe que hablaba del pronto regreso de Cristo. Los líderes adventistas, que no estaban seguros de cuán confiable y honesto era, rechazaron el pedido. A pesar de ello, Czechowski llegó a ser el primer misionero adventista en el extranjero, irónicamente, al validar las sospechas de los líderes.
Czechowski, que había abandonado a su esposa e hijos, fue entonces patrocinado por la denominación cristiana del advenimiento, el principal grupo de adventistas que guardaban el domingo. Después que le pagaron el viaje, ignoró las enseñanzas de sus patrocinadores al llegar a Europa en 1864, y se puso a enseñar el mensaje adventista, ganando conversos en el continente, incluida Suiza, Hungría, Italia y Rumania.
Con una estructura eclesiástica recién creada, así comenzó la expansión del mensaje adventista fuera de los Estados Unidos. Pero pasarían muchos años antes de que la Iglesia Adventista se comprometiera de todo corazón con las misiones en el extranjero.
En la iglesia, que tenía su sede en Míchigan (Estados Unidos), comenzaron los debates sobre el significado del llamado de Cristo en el evangelio de Marcos cuando dijo: “Id a todo el mundo”. La mayoría de los 3500 miembros de 1863 pensaban que era suficiente llegar a la población tan diversa de inmigrantes de los Estados Unidos, dado que pensaban que esos inmigrantes podrían convertir a sus amigos y parientes de sus países de origen.
El Congreso de la Asociación General 1871 aprobó la resolución de enviar “al hermano Matteson como misionero a los daneses y noruegos”… en el estado cercano de Wisconsin.
“No fue la mejor hora de nuestra iglesia”, dice el historiador adventista David Trim, director de la Oficina de Archivos, Estadísticas e Investigaciones de la iglesia mundial.
Mientras tanto, en Europa, algunos de los seguidores de Czechowski descubrieron accidentalmente una revista adventista entre sus documentos que les informaba que, para su sorpresa, no eran los únicos adventistas del mundo. Los adventistas de los Estados Unidos, que aún discutían sobre la factibilidad de llevar sus enseñanzas más allá de sus fronteras, también se vieron sorprendidos.
“Los adventistas estadounidenses en realidad se sintieron un poco avergonzados al saber que ya había adventistas en Europa”, dice Trim.
El descubrimiento mutuo llevó a que los adventistas estadounidenses invitaron a un representante de Suiza al Congreso de la Asociación General 1869. Esa persona llegó demasiado tarde, pero pasó el siguiente año en los Estados Unidos aprendiendo más de las creencias adventistas antes de regresar a su hogar como ministro ordenado.
En ese congreso de 1869, sin embargo, el establecimiento de una sociedad misionera fue un paso clave para comenzar un proceso de dos décadas que revirtió la mentalidad de la iglesia respecto de la misión. La transformación fue ayudada por el arrojo del pequeño grupo de fieles, que creyeron que de hecho podían alcanzar al mundo y, lo que es más importante, por los líderes que cada vez más eran exmisioneros.
Elena White, la profetisa y cofundadora de la denominación, escribió tiempo después sus llamados más decididos a favor de las misiones en el extranjero, después de pasar ella misma un tiempo en Europa en la década de 1880 y en Australia en la década siguiente.
En 1901, declaró en el Congreso de la Asociación General: “La viña abarca a todo el mundo, y debe trabajarse en cada rincón de él”.
Ese mismo año, Arturo G. Daniells llegó a ser el primer misionero elegido como presidente de la Iglesia Adventista, después de haber trabajado en Nueva Zelandia y Australia durante quince años.
“Es una historia digna de destacar sobre la manera en que nuestros pioneros cambiaron su forma de pensar, porque era un grupo tan pequeño”, dice Trim. “La confianza de ese pequeño grupo, que pensó que podía alcanzar a todo el mundo, es asombrosa”.
El patrón de las misiones en el extranjero puede ser rastreado al tiempo cuando la iglesia se expandió a la costa occidental de los Estados Unidos. Era 1868, un año antes del congreso de 1869, cuando los líderes respondieron a una solicitud de un ministro en el lejano estado de California. John N. Loughborough y D. T. Bordeau aceptaron el llamado y trabajaron para desarrollar lo que llegaría a ser una receta para ingresar en nuevas regiones: reunir los suficientes seguidores y entonces establecer una imprenta, una revista y una institución de salud.
En año 1874 fue otro año clave para la misión: el viudo Andrews, expresidente de la Iglesia Adventista, se embarcó con sus dos hijos a Europa como el primer misionero oficial de la iglesia, y la denominación estableció su primer periódico misionero, “Misión verdadera”. Ese año también se estableció el Colegio Superior Battle Creek en Míchigan para preparar ministros para los Estados Unidos y el extranjero.
Para 1910, un flujo constante de misioneros estaba saliendo a trabajar en el mundo. Los campos misioneros antes de la década de 1880 se unieron a los Estados Unidos como nuevos países para la misión adventista. Los alemanes asumieron responsabilidad por Egipto, el Imperio Otomano y Rusia, los suecos por Etiopía, los británicos por África Oriental y Occidental, y los australianos por el sudeste asiático y el Pacífico Sur. Jamaica también envió misioneros: uno de ellos, C. E. F. Thompson, se dirigió a Ghana.
En 1912 se estableció una nueva publicación, el Misionero trimestral, donde se comenzaron a contar historias de las familias misioneras, entre ellos, los Stahl en Sudamérica, Gustav Perk en Rusia, los Robinson en Sudáfrica, y otros que habían dejado los Estados Unidos sabiendo que acaso jamás regresarían.
William A. Spicer, quien fue designado presidente de la Iglesia Adventista después de Daniells y que había trabajado como misionero en la India, publicó sus pensamientos sobre la misión en un libro de 1921 titulado “Nuestra historia de las misiones en los colegios superiores y secundarios”. Allí expresó: “La misión no es algo adicional al trabajo regular de la iglesia. La obra de Dios es una sola obra, que abarca a todo el mundo […]. Llevar el mensaje de salvación a todas las personas […] es el objetivo de cada asociación, de cada iglesia, de cada creyente”.
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