Unidos para la misión: Ciento cincuenta años
Del “Gran Chasco” a la Asociación General
Los milleritas creían firmemente que el “segundo advenimiento” de Jesucristo (su segunda venida a la tierra) se produciría el 22 de octubre de 1844. Cuando su segunda venida no se produjo, muchos milleritas quedaron desilusionados y renunciaron a creer en una segunda venida literal, pero otros decidieron seguir estudiando las Escrituras.
Durante los siguientes quince años, los ex milleritas, que comenzaron a reunirse en una serie de “conferencias bíblicas”, identificaron una serie de verdades bíblicas olvidadas desde los días de la Iglesia primitiva. Las creencias clave que adoptaron fueron las siguientes:
- De que la segunda venida de Cristo es inminente y será literal, no metafórica, presenciada por todo el mundo
- De que el séptimo día, el sábado, y no el domingo, es el día santo de Dios y que la obligación de guardarlo es perpetua
- De que Dios no atormenta eternamente a los pecadores, sino que, por el contrario, los muertos “duermen” hasta la segunda venida y el último juicio
- De que Cristo ministro en el santuario celestial, mediando por lo tanto en nuestro favor los beneficios de su muerte en la cruz, salvándonos por su justicia, no por nuestros propias acciones
- De que en los últimos días, los cristianos serán tentados por la apostasía, pero que serán llamados a regresar a la verdad divina —al “mensaje del tercer ángel” de Apocalipsis 14— por un pequeño “remanente” de creyentes fieles
- De que el remanente quedaría marcado por una recurrencia del ministerio profético
En todo esto, fueron guiados por una joven, Elena G. White, quien, de acuerdo con su sexta creencia, reconocieron como profetisa inspirada por Dios.
Estas creencias fueron surgiendo gradualmente. En la década de 1850, no había una Iglesia Adventista del Séptimo Día, sino tan solo pequeños grupos esparcidos por el norte de los Estados Unidos, quienes tenían estas creencias en común pero que ni siquiera tenían un nombre para sí mismos, aunque algunos, como Jaime White, se identificaron a sí mismos como parte del “Movimiento del Segundo Gran Advenimiento”, mientras que otros usaban el término “adventista sabatista”.
Con el tiempo, sin embargo, inspirados por la gran comisión de Cristo de “ir y hacer discípulos”, los adventistas sabatistas del séptimo día reconocieron que necesitaban organizarse, de manera que pudieran proclamar de manera más efectiva y amplia el mensaje del tercer ángel. Un paso vital se dio cuando el 1 de octubre de 1860 se reunieron delegados de los estados septentrionales de los Estados Unidos, quienes acordaron “adoptar el nombre adventista del séptimo día”. Entonces, el 20 y el 21 de mayo de 1863, en otro encuentro, los delegados de esos estados norteamericanos y congregaciones adventistas del séptimo día formaron la “Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día”, una iglesia organizada, enfocada en la misión y en la proclamación de las buenas nuevas de un Dios que nos creó, vivió entre nosotros, murió por nosotros y nos redimió.
La inspiración de nuestros pioneros
Dado que la imagen de los fundadores de nuestra iglesia está formada mayormente por fotografías de hombres de mediana edad, a menudo no nos damos cuenta cuán diversos eran ellos, tanto en términos de edad como de género y etnia.
Durante los años formativos del movimiento, sus líderes eran mayormente jóvenes, algunos menores de veinte años, y otros menores de treinta y de cuarenta. Para el momento del Gran Chasco de 1844, Jaime White tenía 23 años; Elena White y Annie Smith tenían 16; John N. Andrews tenía 15; y Minerva Loughborough ni siquiera tenía 15. Urías Smith y John N. Loughborough (hermanos de Annie y Minerva) tenían solo 13, y George I. Butler tenía solo 10.
A pesar de ello, estos hombres y mujeres jóvenes, con la ayuda de personas influyentes tales como José Bates (quien en 1844 tenía 52 años), fueron los que asumieron el liderazgo en las conferencias bíblicas de fines de la década de 1840 y comienzos de la siguiente, durante las cuales se discutieron, debatieron y acordaron las creencias de lo que llegarían a ser la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Fueron ellos los que publicaron una serie de panfletos, presentando persuasivamente las nuevas creencias, así como una revista, The Advent Review and Sabbath Herald (hoy conocida como la Revista adventista), que conectó y unió a todos los creyentes esparcidos, y sin la cual la iglesia jamás habría sido fundada. Fueron ellos los que lideraron los esfuerzos de transformar una red de pequeños grupos de creyentes en una organización que uniría a todos los adventistas del séptimo día y brindaría una base para la misión. La mayoría de los jóvenes de la década de 1850 brindaron liderazgo a la iglesia hasta la década de 1880 y algunos inclusive hasta el siglo XX.
Aunque solo hombres asistieron al primer Congreso de la Asociación General en 1863, entre los primeros miembros de la iglesia recién creada se destacaron varias mujeres. Además de Elena White, estaba Minerva Chapman (de soltera Loughborough), una figura clave en la obra temprana de publicaciones, quien más tarde llegó a ser Tesorera de la Asociación General; Maud Sisley Boyd, quien llegó a ser una misionera pionera en Europa, Sudáfrica y Australia; y Nellie Druillard (de soltera Rankin), quien llegó a ser misionera pionera en África y una influyente educadora y reformadora de salud. Entre esos primeros miembros de la Iglesia Adventista en 1863 estaban los Hardy, una destacada familia afroamericana.
Hoy día vemos fotografías de los pioneros que datan de años posteriores, con sus rostros marcados por vidas gastadas de tanto luchar contra abrumadoras realidades. Es fácil olvidar que ellos crearon la iglesia cuando aún tenían menos de treinta y de cuarenta años. Es también fácil olvidar que, aunque los adventistas no ordenaron las mujeres al ministerio del evangelio, asignaron a las mujeres funciones importantes en el liderazgo. Y se conoce demasiado poco de que la mayoría de los creyentes de la década de 1850 no solo eran fervientes abolicionistas, sino que, en la última parte del siglo XIX, cuando en los Estados Unidos los negros y los chinos fueron relegados a ser ciudadanos de segunda clase, los adventistas del séptimo día los ordenaron al ministerio y les encomendaron una importante obra misionera.
La sociedad estadounidense de la época no daba mucho valor a los jóvenes, y marginalizaba a las mujeres y a las minorías étnicas. Asimismo, las doctrinas adventistas no eran populares entre los eruditos religiosos. ¿De dónde provino la osadía de desafiar tanto las convenciones sociales como el consenso religioso de los principales teólogos? Los adventistas del séptimo día se inspiraron en el amor de Cristo y en la convicción de que él regresaría pronto, por la confianza en las profecías divinas, y por la creencia de que el espíritu de profecía se manifestó en Elena White. En consecuencia, estaban dispuestos a atreverse a cualquier cosa. Aunque les tomó hasta 1874 darse cuenta de que el cumplimiento de la Gran Comisión implicaba enviar misioneros al extranjero, después de ello, se comprometieron rápidamente con la misión mundial. Buscaron reformar no solo la teología sino el estilo de vida, promoviendo una reforma prosalud radical y dando prioridad a la educación. Predicaron verdades proféticas, pero también quisieron la plenitud de los hombres y las mujeres en el presente. Con este fin, durante el primer medio siglo de la denominación, los adventistas trabajaron en las grandes ciudades y entre las personas de todos los idiomas y las clases sociales, inspirados por el ejemplo de Jesús quien, como lo enfatizó Elena G. White, “trataba con los hombres como quien deseabas hacerles bien. Les mostraba simpatía, atendía a sus necesidades y se ganaba su confianza. Entonces les decía: ‘Seguidme’” (El ministerio de curación, p. 102).
Al cumplirse los 150 años desde que los adventistas se unieron para la misión, existe la necesidad más grande que nunca de que los hombres y las mujeres de todas las edades, de todos los trasfondos étnicos y sociales, sigan el ejemplo de sus fundadores. Necesitamos, fundados en el amor al Salvador y su amor por los pecadores, proclamar a Cristo y a este crucificado, anunciar su anhelo de que los hombres y las mujeres alcancen la plenitud, y su deseo de que “guarden los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Apoc. 14:12).
Después de 150 años
Nuestro 150° aniversario no es un momento para fiestas o celebraciones; los que fundaron la Asociación General en 1863 habrían estado sin duda profundamente desilusionados de saber que sus descendientes aún estarían en la tierra para 2013. Este importante aniversario es más bien un momento para la reflexión, para el arrepentimiento y para la acción de gracias. También es un momento para renovar el compromiso con el propósito para el cual Dios llamó a la existencia este movimiento.
La iglesia mundial designó el sábado 18 de mayo de 2013 como un día de oración, recordación y nuevo compromiso con la misión. Se animó a cada congregación local a que encontrara maneras apropiadas de marcar el 150° aniversario de la Iglesia Adventista del Séptimo Día al estar unidos en la misión, lo que incluye poner énfasis en la historia de la iglesia local. Durante todo el año aniversario, cada adventista también puede sentirse inspirado por nuestra historia.
Este importante aniversario debería motivarnos a reflexionar sobre las maneras en que Dios ha guiado a su iglesia remanente “y lo que nos ha enseñado en nuestra historia pasada” (Notas biográficas, p. 216). Deberíamos agradecer a Dios por su conducción maravillosa, y reflejar en lo que hemos hecho, o dejado de hacer, que apena a Dios, y arrepentirnos. Es un buen momento para comprometernos, tanto en forma individual como corporativa, no solo a “un reavivamiento sino [a] una reforma”, como instó Elena G. White (Review and Herald, 15 de julio de 1902, p. 7). Es tiempo de comprometernos nuevamente con la predicación del “evangelio eterno […] a toda nación, tribu, lengua y pueblo” (Apoc. 14:6).
Al reflexionar en los 150 años de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, es tiempo de volver a comprometernos con el destino profético del Movimiento del Gran Segundo Advenimiento.
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Las creencias adventistas tienen el propósito de impregnar toda la vida. Surgen a partir de escrituras que presentan un retrato convincente de Dios, y nos invitan a explorar, experimentar y conocer a Aquel que desea restaurarnos a la plenitud.